Un estudio del CSIC revela la falta de formación entre los jóvenes
CARMEN MORÁN – Madrid – 26/05/2010
Salvo el estigma social que suponía hace décadas ser madre adolescente, poco más ha cambiado. Quedarse embarazada antes de los 20 años precipita todos los acontecimientos de la vida, la emancipación, la primera convivencia en pareja, el primer matrimonio e incluso la llegada del segundo hijo. Todos menos, quizá, lo más importante, porque para esas mujeres, encontrar un trabajo estable es harto difícil a lo largo de la vida, algo que está íntimamente relacionado con el nivel de estudios que alcanzan.
En muy raras ocasiones ser madre a esas edades es algo elegido. Normalmente, es una situación ligada casi exclusivamente a la falta de uso de anticonceptivos. Sólo un 43% de las madres adolescentes usó algún método anticonceptivo en la primera relación sexual de su vida. Entre las madres no adolescentes ese porcentaje sube hasta el 76%. Y ese es el único dato estadísticamente significativo. «No usar un método eficaz de contracepción en la primera relación sexual multiplica por seis el riesgo de ser madre adolescente», dice la socióloga del CSIC Margarita Delgado, responsable del estudio Maternidad adolescente en España, a partir de una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
Y sin embargo, entre la primera relación sexual y el uso de anticonceptivos hay todavía un indeseable lapso de tiempo, que en España es de casi un año, de los 18,9 años en que se inician en el sexo de media, hasta los 19,6 en que comienzan a protegerse. Entre las madres adolescentes, la diferencia es más acusada. Y no hay otros contextos significativos que desencadenen estos embarazos precoces. No lo son la ideología, ni la religión, ni estar estudiando o haber abandonado las clases. «Sólo hemos encontrado que las madres adolescentes suelen provenir de familias numerosas, tienen más hermanos que las demás», dice Delgado.
A la vista de estos datos, la socióloga pone el énfasis en la necesidad de formación entre las jóvenes para que usen sistemas eficaces de prevención de embarazos -nada de marcha atrás ni de Ogino-. La formación y la información se revelan decisivas si se echa un vistazo a las generaciones anteriores.
En 2008 hubo 15.133 partos de madres adolescentes, y un número similar de abortos a esas edades. Son muchos menos de los 40.000 partos al inicio de los ochenta, por ejemplo. «No podemos decir que vayamos a peor, porque además ahora hay un inicio más precoz al sexo. Y también cierta relativización del deseo de maternidad que sustituye en ocasiones carencias emocionales, personales, sociales. Quizá existe la información, pero no la formación. Hay que lanzar mensajes que lleguen a todas, porque estamos en una sociedad multicultural», dice la ginecóloga y presidenta de la Federación de Planificación Familiar, Isabel Serrano.
Entre las mujeres de más de 60 años sólo tenían relaciones sexuales antes de cumplir los 20 entre un 10% y un 15% y, sin embargo, las consecuencias eran nefastas. Entre el 36% y el 60% de ellas acababan gestando un hijo no esperado. En la actualidad, el 86% de las mujeres declaran haber tenido relaciones sexuales antes de los 20 años y solo un 10% de ellas se enfrenta a un embarazo inopinado en plena adolescencia.
Un 10% es demasiado si se escuchan las consecuencias que ello acarrea. «Te corta la vida por la mitad», dice Presentación Andrés, que tuvo a su hija con 20 años. «Pierdes tu juventud», asegura Felicidad Herrero. Las dos viven en León y pertenecen a la Fundación de Familias Monoparentales Isadora Duncan.
La primera tiene 55 años y la segunda, 47. Cuando se quedaron embarazadas la vida en España era más oscura. Ser madre adolescente era motivo de sobra para que no pudieran abrir la boca. Felicidad hace un silencio en el teléfono cuando se le pregunta quién la acompañó el día del parto. Y contesta: «Nadie». Cuando llegó la hora de la visita aparecieron su madre y el padre del bebé, que rompió su promesa de matrimonio y «abandonó a su hijo cuando solo tenía nueve meses».
Felicidad tenía 19 años y cada mañana iba a trabajar a la fábrica de frutos secos con el temor de que la echaran por culpa del bombo. Los roces con los compañeros arreciaron. Cuando nació el niño su vida se redujo al camino de casa al trabajo y del trabajo a casa. Le tocó llorar muchas veces mientras sus hermanas salían con los amigos. Una tras otra se marcharon y ella quedó con los padres. No volvió a salir por las noches hasta los 32 años.
El padre del niño era el primer novio que había tenido, desde los 17 años. «Estoy muy orgullosa de mi hijo, pero creo que lo recomendable hubiera sido ponerse un preservativo, claro. Todo lo hacíamos a pelo, qué sabíamos de anticonceptivos», lamenta.
Y su compañera, Presentación Andrés, también recuerda las dificultades para protegerse de los embarazos: «Los preservativos solo se los daban a las casadas, y con secretismo. ‘¿Es que usted no es católica o qué?’, me preguntó un día una farmacéutica». Para entonces ya había tenido a su niña. «Él no quiso saber nada».
Aunque el padre se haga cargo del hijo que se espera, es muy significativo el porcentaje de rupturas en estas parejas. Los divorcios están entre cinco y 10 puntos por encima entre las madres precoces. O más, dependiendo de las cohortes de edad que se tomen (ver gráfico).
Ainhoa, sin embargo, vive con el padre de su hijo. Ella tiene 17 años y tuvo al crío con 16. Los tres viven en la casa de los padres de ella, que la ayudan con el niño tanto que apenas nota cambios respecto a lo que hacía antes. «Salgo por las noches y el niño se queda con mi madre, o me lo llevo con mis amigas. Solo echo en falta un poco más de tiempo para mí misma», dice. Y quiere tener otro, pero dentro de cinco o seis años, cuando acabe los estudios. Los abandonó en 2º de la ESO y ahora se prepara para ser peluquera.